sábado, 1 de octubre de 2011

Te lo voy a contar...

Ya ha pasado un mes de la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid, y la verdad es que si hago memoria y vuelvo a aquellos días, se me pone la piel de gallina al recordar todo lo que allí viví.


Quién me iba a decir a mí, que aquel día en el que el Santo Padre Benedicto XVI, durante la misa de clausura de la JMJ de Sidney en el año 2008, cuando anunció que la siguiente Jornada se celebraría en Madrid, me iba a cambiar tanto la vida.


Ha sido un acontecimiento que considero único en la vida, una oportunidad y una experiencia que dudo que se repita en un futuro.


Para mí, todo comenzó, cuando nuestra Diócesis recibió la tarea de ser “Diócesis de Acogida”, entonces es cuando la Delegación de Juventud se puso en marcha y comenzó a organizar, a preparar, a pensar, a planear… lo que serían los “Días en la Diócesis”. Un momento clave fue la llegada de la Cruz de los Jóvenes y el Icono de la Virgen que Juan Pablo II regaló a los jóvenes del mundo, por septiembre del 2010. Aquello fue el pistoletazo de salida a un año lleno de trabajo, de ilusión, de ganas… fue cuando nos dimos cuenta de “la que se nos venía encima”. Ha sido un año de preparativos que me ha regalado muchas cosas, en el que he aprendido mucho, intentando contagiar de la alegría y la ilusión por participar de la JMJ a otros jóvenes en institutos, parroquias, festivales… Totalmente implicada como voluntaria, organizando de aquí para allá y de allá para aquí, recibiendo muchas cosas a cambio mucho más importante y mucho más profundas que unos euros.


Así que esto no quería que acabara aquí en Santander, y me lancé a la piscina del Voluntariado en Madrid. Sí, yo fui una de esas más de 20.000 personas que llevaba un polo verde con una V gigante en la espalda. Me lancé a una piscina que en aquel momento no sabía si estaría llena o vacía, iba sola, a un grupo de gente desconocida. Me uní al grupo de la Pastoral del Sordo, de discapacidad auditiva, ya que soy intérprete de lengua de signos.


He de decir, que la piscina estaba llena, a rebosar. Trabajé, y mucho, pero fue muy satisfactorio. Me hubiera gustado haber podido disfrutar de algunas actividades, pero El Retiro (que fue mi lugar principal de trabajo por encontrarse allí una carpa dedicada a la Discapacidad bajo el título “Capacitados en el amor”) con su Fiesta del Perdón, su Feria Vocacional, su Carpa de Adoración… me demostraron el ambiente festivo que debía vivirse en otros puntos de la ciudad.
Jamás en mi vida había vivido algo parecido, tal cantidad de gente, tal ambiente de alegría y solidaridad, sin duda ha sido una de las cosas que más me ha marcado. No estoy sola en esto, somos muchos, y quedó demostrado durante aquellos días. Por citar algunos ejemplos: ir en el metro y encontrarte con mareas de gente con las guitarras, tocando palmas, ¡incluso rezando!; las horas de espera en los Actos Centrales de Cibeles bajo un sol abrasador pero siempre animando y cantando; la tormenta de Cuatro Vientos, cuando la gente en lugar de venirse abajo, fue cuando más se animó y donde no dejó de cantar, de aplaudir… ; pero sin duda, uno de los momentos que más me marcó fue cuando el más de millón de jóvenes que nos encontrábamos en el Aeródromo de Cuatro Vientos, nos arrodillamos ante la Custodia de Toledo para adorar el Santísimo y se hizo un silencio sepulcral, un ambiente perfecto de oración y de adoración. No puedo describirlo con palabras porque fue un momento de esos que te revuelven todo por dentro.


En definitiva, ha sido una experiencia por la que doy Gracias a Dios. Doy gracias por la oportunidad de encontrarme y conocer a tanta gente, por reunirnos a todos con un mismo motivo: la fe en Jesús.
No sé si en un futuro podré repetir algo así en mi vida, quizá en Río 2013, o no, nunca se sabe. Pero siempre me quedará el buen recuerdo de haber participado en un acontecimiento único en nuestro país, yo formé parte de algo grande.






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